jueves, 29 de mayo de 2014

REFLEXIONES DE UN RICO

¡Qué fácil es pedir justicia social cuando uno es pobre! Resulta casi una necesidad, un corolario. Lo difícil es intentar cambiarlo todo desde una posición de privilegio. Las más de las veces tus correligionarios te tildan de traidor, bobalicón o inconsciente; además, harán todo lo posible para inhabilitarte, ningunearte o peyorarte… por si acaso cundiera el ejemplo. Ante todo, corporativismo.

Como un profesor que durante la fiesta se disfrazara para acercarse a los alumnos: a buen seguro, alguno de sus compañeros le reprocharía “rebajarse” al nivel de los alumnos. Esa misma sensación siento yo entre mis compañeros de clase alta cuando expreso mis ideas sobre la justicia social.

“¡Si al menos lo dijera para perpetuar nuestro status!”, son sus afirmaciones egoístas. “Pero no, realmente quiere ser chusma, quiere ser pobre”.


Si actuara al revés, sería tan déspota como sólo puede serlo un “nuevo rico”; tal como lo hago, parece que me acerco más a la figura del “nuevo pobre” antes de haberme arruinado siquiera.


viernes, 2 de mayo de 2014

Otro aperitivo

ALBERTO “DINAMITERO”

Organizador nato, las ganas y las fuerzas se le escapaban por los ojos en todo momento. Desprendía un halo contagioso, el que hacía que todo pareciera posible. Ponía al alcance del corazón cualquier sueño referente a cambios en las cosas que pedían a gritos ser cambiadas.

Y había muchas, la Facultad era un hervidero de proyectos y personas que deseaban llevarlos a cabo por encima de las instituciones. Ciertamente parecía posible, alcanzable. Pero claro, el trabajo era ímprobo. Sólo catalizando voluntades, aunando ilusiones era posible, sería posible llevarlo a cabo. Alberto estaba dispuesto a eso: era un pedagogo vocacional, por eso mismo su paciencia era infinita en las explicaciones; para poner al alcance de su interlocutor todo aquello que fuera necesario, no desfallecía en explicaciones.

Muchas horas dedicadas a eso, al diálogo. Al final de unas jornadas que parecían eternas llegaba el cansancio; pero ni así se presentaba como posible que Alberto se replegara. Porque tras muchas horas de organización y debate, al llegar el momento del descanso… también había esa faceta de amistad, folklore y cercanía que él sabía cultivar. Imagínese la escena: anochecer de un largo día en el interior de la Facultad. La importancia de las tareas ha sido absorbente, reuniones maratonianas, proyectos que exprimen el cerebro, trato humano desgastante… a todo eso hay que añadir lo que es más peregrino: la supervivencia cotidiana para cualquier organismo; hambre, sueño, fatiga, cansancio…

Pero la noche no se presenta como un descanso, porque continúa en el interior de la Facultad: está “ocupada” y también allí se hace noche. Para las horas del descanso llega la camaradería más allá de las diferencias de criterio, arrimar el hombro con la guitarra entre las manos; aunque no se sepa cantar, es indiferente. Resulta más importante dejar patente que somos nuestro propio espectáculo, que no necesitamos televisores ni actores ajenos. Hay personalidades magnéticas y Alberto era una de ellas; esto incluye la capacidad de arrastrar multitudes cuando es necesario o se da la oportunidad, pero también un trato individual seductor si llega el caso.

Y al caer la noche así era. En ese instante cada uno seguía su propia naturaleza, sin dudarlo; había quien se desmelenaba en la música, el deporte, los juegos de mesa, el sexo, la conversación… tiempo no faltaba, más bien lo contrario. Estaban los lugares de reunión, como la sala de alumnos o el recibidor de la Facultad. Pero también había infinidad de aulas esperando para acoger a cualquier grupo para darle cobijo. Aunque el grupo fuera de dos y el cobijo lo llevaran puesto: había una buena cantidad de anécdotas sobre quienes iban buscando un rincón solitario y encontraban que ya estaba ocupado: así les pasó a Blanca y Edorta, por ejemplo, que fueron sorprendidos “en el acto”. Más de una noche se buscaba recolocar cuerpos entre aquella vorágine social que todo lo llenaba. Esto eran los primeros días de encierro, claro, después poco a poco fueron llegando la desmotivación y el desencanto, el repliegue a lo individual: la gente se fue descolgando, con falta de una ilusión que empezaba a estar erosionada. Mientras el bullicio era absoluto, ahí estaba Alberto para echar leña al fuego; cuando pasaron los meses y llegaron las horas bajas, ahí estuvimos los incondicionales, los de la entrega sin límite.

Y Alberto era uno de ellos, porque no sólo estuvo en los momentos de posible lucro erótico-afectivo. También formaba parte de la infraestructura incombustible, de dar la cara en los momentos difíciles: el diálogo con los estamentos universitarios, por ejemplo, o de comunicados a la prensa. Convocar movilizaciones era algo a la orden del día, para eso había que tener capacidad de convocatoria y arengar al colectivo estudiantil, que de por sí estaba ya motivado. Pero dar la orden en el momento justo, planificar y valorar… eran tareas que por sí solas ya estaban reservadas a una élite. A la cabeza de la misma estaba Alberto. Era especialista en quitarle importancia a los obstáculos, contagiar entusiasmo y convicción en la propia capacidad. No es que la masa le siguiera ciegamente, es que la gente se percataba de que sólo continuar hacia adelante, a su lado. Durante aquellos días tuvo lugar la RGU (Reunión General de Universidades), que agrupaba fuerzas provenientes de toda España. Y se celebraba en Salamanca: organizar aquel encuentro lógicamente era una tarea infinita, pero ahí estábamos. Ahí estaba Alberto como referente, siempre que se le necesitara: acudir a él era como consultar dudas con un guía.

Fueron meses de trabajo sin descanso, sólo momentos de asueto… pero con la cabeza siempre maquinando. Mientras la Facultad estuvo ocupada, no fue algo meramente pasivo; se organizó una “Facultad alternativa”, que incluía clases y conferencias, pero fuera de los casposos cauces heredados: sólo sangre nueva, entre la que se incluyeron profesores y catedráticos voluntariamente, para colaborar en lo que era una fuerza emergente, con la energía capaz de terminar con un fósil. En todo este entorno, acompañando a semejante panorama pleno de ilusión, siempre estaba Alberto. Pero a medida que iba pasando el tiempo, el conjunto de gente que trabajaba por el futuro de aquella movilización iba disminuyendo. Esto no nos hacía desfallecer, porque cualquiera que conozca mínimamente el funcionamiento de los grupos humanos, sabe que es así.

En febrero del 87 se suspendieron las clases “sine die”, que ya no se reanudaron hasta octubre, cuando empezó el curso siguiente. Hasta el verano aquello fue un laboratorio en el que podía estudiarse toda la antropología posible. Cinco meses de encierro dan para mucho; el verano terminó con aquel sueño, porque la mayoría de la gente era de fuera y en esa época volvió a su terruño. Nos quedó el orgullo de no haber desfallecido, de jalonar aquel año con unos referentes atemporales que deberían ser la envidia de cualquiera con ganas de cambiar el mundo. Y allí estaba Alberto, en un “mayo del 68” redivivo pero 20 años después, el tiempo que se tardó en importarlo desde Francia.

Actualmente Alberto es profesor en la Universidad, se le puede encontrar en directorios informáticos de los que nos regala una red que en aquel tiempo no existía ni en sueños. Desde la ventana de su Departamento en la Facultad de ahora, seguramente mirará hacia las calles actuales, pensando sin duda en lo resignada que se ha vuelto una sociedad complaciente y domesticada.
En fin, quienes compartimos su suerte no podemos arrepentirnos de nada de lo hecho: si acaso de lo que no hicieron otros cuando debieron, para que el panorama actual no fuera tan desolador.

Fragmento de "Malas memorias", en preparación.