Les
dicen: sois la generación mejor preparada de la Historia de la Humanidad. Ellos
se lo creen, claro, porque es grato escuchar palabras que te adulen que te
regalen el oído. Ellos se creen la cúspide de la pirámide, que su imaginación
rellena de ego. “Sólo hay un pequeño problema”, les dicen. “Es que no podéis
trabajar por lo que os merecéis (las circunstancias son ingratas, mala suerte)
y tendréis que arrastraros por una limosna, como los mendigos de la Edad Media”.
Claro, como han creído la primera parte y les gusta pensar que sea cierta, no
pueden dejar de creer la segunda aunque quieran (es corolario de la primera) y
transigen con el mercado esclavista, del que son la carnaza. Ya se han ocupado
antes de aleccionarles muy bien sobre cómo hay que creer a los que dicen que
uno es el mejor del mundo. Así viven, con los oídos llenos y el estómago vacío;
de audiovisuales repletos y el cerebro desamueblado. Sólo que el argumento es
falaz desde el inicio, porque si fueran los mejor preparados, su educación también
incluiría la manera de optimizar el rendimiento de sus esfuerzos; es de
imaginar que los mejor preparados de la Historia de la Humanidad no tengan que
depender de pelagatos ignorantes repletos de dinero conseguido exprimiendo a
los humanos. Es de imaginar que el individuo pleno, completo, casi perfecto, no
tenga que esperar la misericordia y la benevolencia de quienes (aunque ricos)
no saben hacer la O con un canuto. Es de sospechar que tras todo este discurso
se apelotonen los mismos intereses de siempre, que ahora de manera más sutil y
con engaños psicológicos vienen a sustituir las famosas cuentas de colores.
Resulta,
como mínimo, sospechosa la inacción de todo este colectivo de genios que
cotidianamente nos cruzamos por la calle. Pero al fin, quienes han inventado
toda esta argumentación incontestable… no son tan imbéciles como nos gustaría,
porque –ellos sí- optimizan lo que saben para disfrazar esta nueva esclavitud
con disfraces de solidaridad, de valores muy humanos que tienen que resignarse
a un devenir histórico que –aunque no hayan provocado- deben resignarse a contemplar como horizonte.
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