ALBERTO “DINAMITERO”
Organizador nato, las
ganas y las fuerzas se le escapaban por los ojos en todo momento. Desprendía un
halo contagioso, el que hacía que todo pareciera posible. Ponía al alcance del
corazón cualquier sueño referente a cambios en las cosas que pedían a gritos
ser cambiadas.
Y había muchas, la Facultad era un hervidero de proyectos y personas
que deseaban llevarlos a cabo por encima de las instituciones. Ciertamente
parecía posible, alcanzable. Pero claro, el trabajo era ímprobo. Sólo
catalizando voluntades, aunando ilusiones era posible, sería posible llevarlo a
cabo. Alberto estaba dispuesto a eso: era un pedagogo vocacional, por eso mismo
su paciencia era infinita en las explicaciones; para poner al alcance de su
interlocutor todo aquello que fuera necesario, no desfallecía en explicaciones.
Muchas horas dedicadas a eso, al diálogo. Al final de unas jornadas que
parecían eternas llegaba el cansancio; pero ni así se presentaba como posible
que Alberto se replegara. Porque tras muchas horas de organización y debate, al
llegar el momento del descanso… también había esa faceta de amistad, folklore y
cercanía que él sabía cultivar. Imagínese la escena: anochecer de un largo día
en el interior de la Facultad. La importancia de las tareas ha sido absorbente,
reuniones maratonianas, proyectos que exprimen el cerebro, trato humano
desgastante… a todo eso hay que añadir lo que es más peregrino: la
supervivencia cotidiana para cualquier organismo; hambre, sueño, fatiga,
cansancio…
Pero la noche no se presenta como un descanso, porque continúa en el
interior de la Facultad: está “ocupada” y también allí se hace noche. Para las
horas del descanso llega la camaradería más allá de las diferencias de
criterio, arrimar el hombro con la guitarra entre las manos; aunque no se sepa
cantar, es indiferente. Resulta más importante dejar patente que somos nuestro propio
espectáculo, que no necesitamos televisores ni actores ajenos. Hay
personalidades magnéticas y Alberto era una de ellas; esto incluye la capacidad
de arrastrar multitudes cuando es necesario o se da la oportunidad, pero
también un trato individual seductor si llega el caso.
Y al caer la noche así
era. En ese instante cada uno seguía su propia naturaleza, sin dudarlo; había
quien se desmelenaba en la música, el deporte, los juegos de mesa, el sexo, la
conversación… tiempo no faltaba, más bien lo contrario. Estaban los lugares de
reunión, como la sala de alumnos o el recibidor de la Facultad. Pero también
había infinidad de aulas esperando para acoger a cualquier grupo para darle
cobijo. Aunque el grupo fuera de dos y el cobijo lo llevaran puesto: había una
buena cantidad de anécdotas sobre quienes iban buscando un rincón solitario y
encontraban que ya estaba ocupado: así les pasó a Blanca y Edorta, por ejemplo,
que fueron sorprendidos “en el acto”. Más de una noche se buscaba recolocar
cuerpos entre aquella vorágine social que todo lo llenaba. Esto eran los
primeros días de encierro, claro, después poco a poco fueron llegando la
desmotivación y el desencanto, el repliegue a lo individual: la gente se fue
descolgando, con falta de una ilusión que empezaba a estar erosionada. Mientras
el bullicio era absoluto, ahí estaba Alberto para echar leña al fuego; cuando
pasaron los meses y llegaron las horas bajas, ahí estuvimos los
incondicionales, los de la entrega sin límite.
Y Alberto era uno de ellos,
porque no sólo estuvo en los momentos de posible lucro erótico-afectivo.
También formaba parte de la infraestructura incombustible, de dar la cara en
los momentos difíciles: el diálogo con los estamentos universitarios, por
ejemplo, o de comunicados a la prensa. Convocar movilizaciones era algo a la
orden del día, para eso había que tener capacidad de convocatoria y arengar al
colectivo estudiantil, que de por sí estaba ya motivado. Pero dar la orden en
el momento justo, planificar y valorar… eran tareas que por sí solas ya estaban
reservadas a una élite. A la cabeza de la misma estaba Alberto. Era
especialista en quitarle importancia a los obstáculos, contagiar entusiasmo y
convicción en la propia capacidad. No es que la masa le siguiera ciegamente, es
que la gente se percataba de que sólo continuar hacia adelante, a su lado.
Durante aquellos días tuvo lugar la RGU (Reunión General de Universidades), que
agrupaba fuerzas provenientes de toda España. Y se celebraba en Salamanca:
organizar aquel encuentro lógicamente era una tarea infinita, pero ahí
estábamos. Ahí estaba Alberto como referente, siempre que se le necesitara:
acudir a él era como consultar dudas con un guía.
Fueron meses de trabajo sin
descanso, sólo momentos de asueto… pero con la cabeza siempre maquinando.
Mientras la Facultad estuvo ocupada, no fue algo meramente pasivo; se organizó
una “Facultad alternativa”, que incluía clases y conferencias, pero fuera de
los casposos cauces heredados: sólo sangre nueva, entre la que se incluyeron
profesores y catedráticos voluntariamente, para colaborar en lo que era una
fuerza emergente, con la energía capaz de terminar con un fósil. En todo este
entorno, acompañando a semejante panorama pleno de ilusión, siempre estaba
Alberto. Pero a medida que iba pasando el tiempo, el conjunto de gente que
trabajaba por el futuro de aquella movilización iba disminuyendo. Esto no nos
hacía desfallecer, porque cualquiera que conozca mínimamente el funcionamiento
de los grupos humanos, sabe que es así.
En febrero del 87 se suspendieron las
clases “sine die”, que ya no se reanudaron hasta octubre, cuando empezó el
curso siguiente. Hasta el verano aquello fue un laboratorio en el que podía
estudiarse toda la antropología posible. Cinco meses de encierro dan para
mucho; el verano terminó con aquel sueño, porque la mayoría de la gente era de
fuera y en esa época volvió a su terruño. Nos quedó el orgullo de no haber
desfallecido, de jalonar aquel año con unos referentes atemporales que deberían
ser la envidia de cualquiera con ganas de cambiar el mundo. Y allí estaba
Alberto, en un “mayo del 68” redivivo pero 20 años después, el tiempo que se
tardó en importarlo desde Francia.
Actualmente Alberto es profesor en la
Universidad, se le puede encontrar en directorios informáticos de los que nos
regala una red que en aquel tiempo no existía ni en sueños. Desde la ventana de
su Departamento en la Facultad de ahora, seguramente mirará hacia las calles
actuales, pensando sin duda en lo resignada que se ha vuelto una sociedad
complaciente y domesticada.
En fin, quienes compartimos su suerte no podemos
arrepentirnos de nada de lo hecho: si acaso de lo que no hicieron otros cuando
debieron, para que el panorama actual no fuera tan desolador.
Fragmento de "Malas memorias", en preparación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario