martes, 25 de noviembre de 2014

BARRAS (Malas memorias) 268 MP

Una mano biónica que arañando la superficie imaginaria del papel daba como resultado un código de barras. Bajo el dibujo, una leyenda: “El zarpazo final. Barras”. Junto a esto, la dirección en la zona de marcha.
Fue allá por el ’84 cuando este cartel invadió las calles maracandesas: para anunciar un bar recién abierto en lo que con el tiempo resultaría ser la zona más emblemática de la noche de Samarcanda. El cartel lo había diseñado Valentín Hermano junto con su colaborador de entonces: Alejandro Uniformólogo, quien tenía la cabeza llena de batallitas de soldados de plomo. La tarea de empapelar la ciudad con dichos carteles fue mía, en colaboración con alguien más que no recuerdo. Por este motivo acabé aprendiéndome de memoria el lema, el logo y el todo por el todo.
Parecía que aquélla iba a ser la tarea que de forma irónica me tenía reservada la vida laboral, porque de la época también fue la aventura de los carteles sobre la Feria del libro y alguna que otra aventura de pegadeces… con lo que esto suponía para alterar el ritmo cardiaco: buscar lugares si no adecuados, al menos no estridentes y esquivar las patrullas de la Policía, prestas a recaudar a golpe de multa. Lo cierto es que todo ello hacía de la actividad algo si no atractivo, al menos clandestino… con lo que esto tiene de aventura.
El Barras en cuestión era un bar más o menos agradable, con buena música y marcha en cantidad. Resultaba algo oscuro, pero esto le daba si cabe un mayor atractivo de cara a la clientela. Como negocio era boyante, sin duda: la afluencia de público lo delataba. Un sótano acondicionado como pista de baile, casi como una discoteca, le otorgaba un pedigree y una personalidad que resultaban elementos magnéticos, en la penumbra de unas noches que eran más promesa que amenaza.
Sin embargo, algo no encajaba en el conjunto: hecha la campaña publicitaria, pegados los carteles, incrementado el volumen de afluencia. Pero el dueño del cotarro se resistía a soltar la gallina, pagar los servicios prestados. Se escaqueaba. Estas cosas ocurren cuando se trabaja por cauces alternativos al comercial ortodoxo establecido. No hay contratos y todo eso…

Al final pagó… a regañadientes, pero lo hizo. Después se supo el motivo del pretendido escaqueo: el amigo estaba metido hasta las cejas en el cutre y manido mundillo de la farlopa, que se llevaba todos los beneficios del negocio. Por tanto, debido a una de esas ironías que tiene la realidad más o menos heterodoxa, el Barras acabó sucumbiendo a su propio zarpazo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

El negocio del arte

Hacer del arte un negocio significa no haber entendido nada…

Podéis ser ricos, sin duda, pero artísticamente sois analfabetos: vuestra mente está cerrada a la comprensión de la vida atormentada. ¿Cuántos artistas fueron ricos en vida? ¿Y para qué les sirvió serlo después de muertos (si es el caso)? Simplemente para ver prostituida su obra, lejos del mundo de la comunicación, lejos del alma…

Alrededor del arte se mueven inmensos mundos de economía desvencijada, pretendidamente culta: pero no lo hacen dentro del arte mismo, son satélites. El arte, cuando deviene negocio, se volatiliza, desaparece… aunque siga ahí la materia.

Es una especie de “don de Midas” invertido: todo lo que toca el negocio, se convierte en lo contrario del arte. ¿Y qué es lo contrario del arte? Difícil definirlo, si no es por oposición: más sencillo, infinitamente más, definir lo que sea el arte (no seré yo quien lo haga: definirlo es convertirlo en negocio… de lenguaje).

Pues bien, todo lo que quede fuera de la definición, resulta despreciable por irrelevante, por lejano al alma; porque hay algo indiscutible: quien antepone el negocio al arte es un desalmado.




lunes, 10 de noviembre de 2014

Así es la vida...

Al llegar a determinada edad... a ella le sigue gustando gustar.

En cambio él ya ha renunciado -por desidia o lo que sea- y sólo quiere que le gusten. ¿Cómo decirlo? Ser gustado, quizá sea casi exacto; revolcándose en la impotencia tan bien conocida por ella. Él, resentido, piensa que es obra suya (de ella) y la desprecia (a ella).

Se va con sus amigotes, tan impotentes como él: no en lo sexual, pero sí en lo humano.

Quiere ser animal, casi una zorra que desprecia las frutas apetitosas, jugosas, mintiéndose que están verdes.



miércoles, 5 de noviembre de 2014

ICONOCLASTEANDO

Mi vecina adolescente no es una persona, sino un concepto con tetitas que se cruza conmigo por las escaleras y piensa que soy un señor, sin imaginar mi verdadera personalidad... la del mayor pervertido de toda la Humanidad (si no el peor, que no oso, al menos el más complejo).