Hacer del arte un negocio significa no haber entendido nada…
Podéis ser ricos, sin duda, pero artísticamente sois analfabetos: vuestra mente
está cerrada a la comprensión de la vida atormentada. ¿Cuántos artistas fueron
ricos en vida? ¿Y para qué les sirvió serlo después de muertos (si es el caso)?
Simplemente para ver prostituida su obra, lejos del mundo de la comunicación,
lejos del alma…
Alrededor del arte se mueven inmensos mundos de economía
desvencijada, pretendidamente culta: pero no lo hacen dentro del arte mismo,
son satélites. El arte, cuando deviene negocio, se volatiliza, desaparece…
aunque siga ahí la materia.
Es una especie de “don de Midas” invertido: todo lo que toca el negocio, se convierte en lo contrario del arte. ¿Y qué es lo contrario del arte? Difícil definirlo, si no es por oposición: más sencillo, infinitamente más, definir lo que sea el arte (no seré yo quien lo haga: definirlo es convertirlo en negocio… de lenguaje).
Pues bien, todo lo que quede
fuera de la definición, resulta despreciable por irrelevante, por lejano al
alma; porque hay algo indiscutible: quien antepone el negocio al arte es un desalmado.
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