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El
sistema de ascensores, traicionero y con una clave incomprensible de micrófonos
azul y verde, nos permite llegar a ese paisaje desvencijado: algo así como un
grupo en retirada, la promoción universitaria recogiendo bártulos y haciendo la
mudanza cuando ya ha terminado la carrera. Ese regusto de abandono y desamparo
que deja en el alma haberse licenciado.
Los
recovecos y estrecheces entre paredes desnudas, dan cuenta de un naufragio;
escombros y ruinas procedentes de batallas tortuosas consigo mismo. Los
habitáculos tienen puertas casi blindadas, selladas con siete cerrojos que
impiden incluso escuchar a las bestias que albergan en su interior. Así y todo,
parecen atractivos, tienta abrir alguna de esas entradas típicas del ‘teatro
mágico’, como una pista o una advertencia, ésta tiene una cáscara de melón que
pretende identificar al habitante; aquella otra, restos de yeso procedentes de
algún bricolaje reciente; la de más allá es blanca y brillante, gracias a la
excesiva luz que ilumina este laberinto; tan blanca como deslumbrante.
[...]
Nada más de momento. Que no os pase nada...
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