Los hombres
suelen –cuando quieren sonreír- ponerse sin querer la sonrisa de su amada, como
si de esa forma pudieran poseer lo que de inaprehensible tienen las mujeres, y
consiguiendo sólo la mueca grotesca de un mal imitador, el rictus de su propia
burla para terminar siendo una pobreza digna de infinita compasión.
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