En la
cúspide de la lucidez, una vez le dije a una mujer: “Me sienta bien tu caso. No
el que eres, sino el que me haces (ser).”
No lo
percibió, ni siquiera lo tomó como un cumplido… que no lo era. Muy adecuado que
así lo hiciera, porque no iba dirigido a ella con nombre y apellidos: era más
bien una increpación a la vida, tomándola a ella como representante (o excusa).
La
vida es un caso, sin duda: en la acepción desesperanzada de quien así lo
proclama… “¡eres un caso! (perdido)”. Para mí la vida es un revulsivo, un toque
de atención para despertar de ese fingido/aparente letargo que se pretende
complacencia para quien comulga con semejante rueda de molino. La vida te hace
caso para llevarte a la perdición.
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