En
dos palabras, Joaquín MACHO
era un cachondo mental. La típica persona que le quita hierro a cualquier acontecimiento
hasta desnudarlo y presentarlo como lo que en el fondo es: una tontería.
Las
casualidades de mi existencia saharaui quisieron que Joaquín MACHO y yo entrásemos en contacto. Entre otras cosas
porque[1] durante un tiempo
estuvimos compartiendo mesa cotidianamente. Ambos pertenecíamos a aquella Sociedad gastronómica que se
formó casi espontáneamente, para hacer frente al aburrimiento cotidiano y
proverbial que rezuma Kagan a
la hora de comer.
Durante
esos ágapes descubrí uno de los secretos de Joaquín MACHO para conseguir felicidad a los postres. La
cosa era sencilla. Tras la comida y el café, un sobrecito de Almax para prevenir los ardores… que
traería la irrenunciable copa de brandy. Yo le preguntaba: “¿Has probado a
suprimir las dos cosas, sobrecito y copa? Quizá la cosa vaya mejor…” “¡Ni
hablar! Sin coñac no me quedo”.
Las
sobremesas por fortuna garantizaban al cantautor que Joaquín MACHO llevaba dentro. La sobremesa era nuestra.
Esto
nos da una idea aproximada del carácter de Joaquín
MACHO. Si añado que además de biólogo tenía una estética posthippie o semigrunge… que era
ojisaltón, risueño y entrañable… Sólo me queda por decir que para conducir su Peugeot 505 reclinaba tanto el asiento
que conducía tumbado.
Ni
siquiera es necesario mencionar que al compartir piso también compartimos
grandes momentos juntos. Inolvidables y cálidos. De ésos que sólo puede
comprender quien alguna vez ha compartido piso con buena gente.
Al
poco tiempo Joaquín MACHO
tuvo que marcharse por imperativos laborales, aunque me buscó relevo para
compartir el piso. Así fue como conocí a Marielo
SOPA. Poco tiempo después Joaquín
MACHO se casó y tuvo la deferencia de invitarme a su boda[2]. Eso sí: a través de Marielo SOPA le hice llegar mi
regalo. Una berenjena natural[3].
A
lo que sí asistí fue a la versión alternativa y hippiosa del banquete, como
despedida de soltero… Algo informal, que consistió en una convivencia de fin de
semana en un albergue. Copas, charlas y experiencias de lo más amistoso.
Después
le perdí la pista… Supongo que era su pretensión, apartarse del mundanal ruido.
Hace poco, navegando desde mi despacho, descubrí su rastro en Internet. Compagina su carácter de
biólogo con la afición de poeta. Aunque de difícil acceso desde nuestra pacata
dimensión, en el alma de Joaquín
MACHO siempre latió un poeta. Por eso ya en tiempos de la Sociedad gastronómica cantaba
mientras, durante la sobremesa, nos regalaba el sonido de su guitarra.
[2] Gesto
al que yo no correspondí con mi asistencia. Por
aquellos tiempos me negaba a colaborar en semejante pantomima social por una cuestión de principios. Pero genéricamente… nada personal.
[3] Salida
de tono que me impidió llegar a conocer a la que sería su mujer: Mireia, a quien la sabiduría popular y maledicente apodaba
“la guarra”.
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