sábado, 27 de septiembre de 2014

AZIMUT Y PARALAJE

Instrucciones aparentemente verdaderas para disfrutar de la visión de coños en lugares no nudistas; advertencia para que las no-conscientemente-exhibicionistas corrijan sus actitudes (si quieren).

El punto de partida fundamental para el mirón será la elección adecuada del lugar de observación: a tal efecto, lo más indicado es situarse tras la cabeza de la nínfula elegida, consiguiendo con ello un lugar doblemente privilegiado (por no poder ser descubierto por ella y porque le permitirá una óptima observación). Ella estará tumbada sobre una toalla, sobre la arena o sobre una tumbona: en cualquiera de los casos, nuestro mirón se colocará en el enclave indicado, pero además de manera elevada (lo que sin duda le facilitará la observación): una tumbona tiene la altura ideal, con toda certeza.

Una vez dispuesto a la cacería visual, se acomodará en su atalaya sin despertar sospechas, haciendo gestos y ademanes mesurados (aunque no exceso, que pondrían sobre aviso al entorno). Para elegir el lugar más perfecto de los posibles, nuestro protagonista dedicará un buen rato a aplicarse bronceador pausadamente… pues con ello puede sin duda matizar su posición hasta el extremo, pudiendo alcanzar la perfección en la perspectiva (si se esmera). Con las gafas de sol tendremos ya el complemento idóneo para el disfraz; colocado boca arriba sobre su tumbona, el mirón tendrá en el centro de su campo visual (como al descuido, como por casualidad, como si no fuera importante) el cuerpo elegido para la ocasión. Así, mejor que cualquier lectura, realidad virtual o imaginación a su alcance, nuestro mirón tendrá a su disposición una especie de “canal Gran Hermano” a tiempo completo, desde el que poder ir degustando todos los matices del bronceado ajeno. Disfrutará sin duda de cada episodio de la escaramuza por minucioso que sea; pero además –con la debida paciencia- llegará tarde o temprano ese mágico instante en el que ella, boca arriba, elevará la cinta superior de la parte triangular de su bikini: no se sabe muy bien si esto obedece a un ademán presumido, a un afán de perfección, a una duda sobre el funcionamiento cósmico (quizá más bien necesidad de ventilación o efecto mariposa) o simplemente se trata de un mero gesto de displicencia. En ese instante eterno, durante esa milésima de elevación de la cinta… se hará visible para nuestro mirón el interior del valle delimitado por las dos crestas ilíacas, esa depresión en la que reside el mayor volcán del organismo humano. Bajo la carpa colorida de ese instante, asomará el pigmento del cabello crespo y coloreado… o bien el brillo lampiño fruto del tesón humano; en ambos casos, el instante eternizará la materia en la memoria de nuestro protagonista. Lo demás lo hará ya el recuerdo, modificando la realidad a su antojo… El instante ya será eterno; ella jamás tendrá conciencia de exhibicionismo alguno, sólo de perfeccionismo o de coquetería.

En la antigüedad, tanto los sabios como el común de los mortales pensaban que el cielo era una cúpula a la que estaban adheridas las estrellas, colgantes; desconocían la inmensa distancia que separaba su visión de ellas y por tanto también que al desplazarse en la tierra no se alteraba la distancia entre ellas.


Una mirada, un sexo, una intención, un deseo… ¡qué distancia tan relativa!

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