Tashkent
|
´92
|
485 MP
|
El
profundo desprecio por lo humano que late en el corazón de una ciudad descarnada,
automatizada y alienada: ésta sería la esencia que nos quedaría si
volatilizáramos cuanto hay de accesorio en la vida de Tashkent.
Hay
un deliberado, tácito e inevitable destierro de los valores que humanizan a
este animal llamado hombre; Tashkent es el terreno en el que tiene lugar cada día ese combate impío en el que
constantemente queda demostrado que “el hombre es un lobo para el hombre”, como dijera Hobbes. Una competencia
sin igual… amparándose en el anonimato que otorga la multitud, el espíritu se
deja al libre albedrío del monopolio y la crueldad, del ensañamiento y el
abuso: se considera que el débil no merece compasión, sino que es merecedor de
todos los abusos que puedan ejercerse sobre él ¡como si fuera culpable de su
vulnerabilidad!
Es lo que llaman "buscarse la vida": un constante docudrama en el que competir a costa del otro, aplastándole sin miramientos en la convicción de que si fuera a la inversa, intercambiados los papeles, el otro haría lo mismo. La jungla cotidiana, el espíritu carnívoro como forma de organización social, prácticamente animal... porque ¿qué es el hombre sin los atributos propios de la especie? Simplemente un devorador inteligente, un psicópata en estado puro y sin cortapisas... el más perfecto y cruel de los mamíferos que haya podido existir hasta la actualidad, pero sin nada que pueda acercarlo a "ser superior": esto es un habitante de Tashkent en su salsa, en su tinta, en estado puro.
Es lo que llaman "buscarse la vida": un constante docudrama en el que competir a costa del otro, aplastándole sin miramientos en la convicción de que si fuera a la inversa, intercambiados los papeles, el otro haría lo mismo. La jungla cotidiana, el espíritu carnívoro como forma de organización social, prácticamente animal... porque ¿qué es el hombre sin los atributos propios de la especie? Simplemente un devorador inteligente, un psicópata en estado puro y sin cortapisas... el más perfecto y cruel de los mamíferos que haya podido existir hasta la actualidad, pero sin nada que pueda acercarlo a "ser superior": esto es un habitante de Tashkent en su salsa, en su tinta, en estado puro.
Cruel
e impío con sus conciudadanos y presto a devorar a cualquiera que ose venir
desde fuera a irrumpir en su burbuja caníbal, aunque sea de paso o de visita.
Imagino
que no siempre ha sido así, quiero pensar que no toda aglomeración humana
conlleve aparejada esta forma de actuar y sobrevivir a costa del otro… se me
aparece como diáfana la evolución de Tashkent hasta llegar a semejante extremo: sin duda, la postguerra y sus códigos de
supervivencia han ido marcando esta ruta, este territorio de forma indeleble e
irreversible. El estraperlo, la desconfianza motivada por la delación en un
entorno represivo y tantos otros elementos afines a éstos fueron dando pie a
una dinámica de hostilidad permanente, basada no sólo en la supervivencia
física… también en la política, la sindical, la ideológica, la laboral y tantas
otras similares que derivan directamente de la utilización del cerebro en su
forma más racional y humana.
Tras
tantos años de práctica, muerto el dictador pero no la maquinaria fascista[1]… al habitante de Tashkent no le ha
quedado ya más que esa forma de entender la vida, como a quien le queda un tic
o arrastra un atavismo: una jungla repleta de traiciones y desconfianza.
Penetrar
en ese territorio es pisar arenas movedizas, es tener garantizado el fracaso
como ser humano y adentrarse en un país depredador: donde las diferencias de
cualquier tipo se resuelven a dentelladas. Muy probablemente se trate de algo
ya irremediable, una vez que consuetudinariamente las generaciones han ido
aprendiendo a debatirse en semejante fangal de alienación.
Es
un mundo de búsqueda de éxito, la salida natural para quienes organizan su vida
en torno a una meta así planteada: en ese mercado se trafica con la vida propia
y ajena, sin escrúpulos. Recuerda tanto al “sueño americano” que en este
sentido puede decirse que se trata del lugar más avanzado, más cercano a esa
dinámica; queda por saber si se trata del escenario más adecuado para lograr la
felicidad, si es el lugar ideal en el que la persona se realiza como tal… No lo
parece, sino que más bien da la impresión de ser un sitio proclive a la
alienación, los ojos desorbitados en la pérdida absoluta de un Norte que nada
tiene de magnético en sí mismo… pues sólo se identifica con el vil metal en la
ciénaga de mentes alteradas.
Más
bien se trata de una garantía de frustración, porque la natural insatisfacción
del ser humano, su ambición ilimitada hace que sea un proceso inagotable… a no
ser que la racionalidad y la convivencia impongan unos límites imprescindibles
para la supervivencia. Recuerda sospechosamente a los planteamientos económicos
acerca de la polémica “intervencionismo vs. liberalismo”; pero si dejamos
actuar al ser humano en la confianza de que su propia actividad se regule por
sí misma… no acabaremos desembocando en una convivencia pacífica sino en el
conflicto constante. Al menos a día de hoy: muy diferente si se tratara de una
población con la educación adecuada, en el respeto mutuo y recíproco; a día de
hoy: una quimera.
Tashkent es por tanto un laboratorio permanente en el que puede comprobarse cómo
funcionan los esquemas de actuación de la población en general, un sitio al que
recurrir cuando se pretende aplicar cualquier medida con una vertiente social.
En este sentido, se trata de un lugar impagable que demuestra el funcionamiento
erróneo del hombre en sociedad.
De
ahí lo indeseable de formar parte del mismo… porque la mayoría de las veces no
se trata de algo elegido voluntariamente: pocos habitantes hay en Tashkent que hayan elegido formar
parte libremente de este cementerio, a la gran mayoría las
circunstancias les han encerrado en esta ratonera: y hablamos de muchos millones.
La provisionalidad de una situación asfixiante acaba por desaparecer,
convirtiéndose en algo definitivo; pocos, muy pocos de los habitantes de Tashkent lo son por vocación
propia: más bien se trata de un ejército de desterrados que sueñan con volver
algún día al lugar anhelado. Quizás nunca han estado en él salvo en su
imaginación; enfrentan la cotidiana supervivencia como algo frágil, presto a
cambiar con facilidad. De ahí sus inmensos e inagotables sueños, tan
inconmensurables como la pacata y obstinada realidad que se los niega.
En
último término, parafraseando a Valle-Inclán, podría decirse que el país se
divide en dos grandes grupos: Tashkent capital y todo lo demás; existen códigos cerrados, rituales iniciáticos, claves
herméticas, tareas específicas… y mil y un resortes más para pasar a formar
parte o no, para integrarse en el submundo madrileño: conocerlos es aceptarlos
e integrarse en un juego que incluye el desprecio a todo lo de fuera como
primer paso para buscar la propia identidad y encumbrarse a uno mismo… el yo
inmenso, casi divino: simultáneamente como punto de partida y corolario de la
supervivencia como hipótesis de trabajo.
Se
trata por tanto de una población enfermiza que pretende reducir el Universo
entero a sus planteamientos, en la confianza vana de que así podrán salir
victoriosos: pero se trataría de una victoria pírrica, que sólo conduce a la
debacle. Como si un leproso pretendiese que la única forma de curarse es
contagiar a la Humanidad entera… porque así no será el más enfermo de todos; a
todas luces un despropósito.
Es
algo que está en el ambiente; el solo hecho de permanecer en esta atmósfera ya
impregna del hálito de una desesperación que inunda la sociedad contemporánea
así concebida.
Una
mañana, mientras descansaba en una cafetería, lo vi claramente, personificado
en aquel señor de Tashkent: la
mirada perdida… la desesperación. Quizá su imposible mujer, los socios
traidores, un hijo inalcanzable… la vida que se niega, en fin. Una referencia
por oposición, al menos para mí, que a la vista de aquel cuadro me juré a mí
mismo no llegar jamás a semejante situación. Esto sí era una prueba objetiva de
que la violencia puede carecer de golpes físicos… de que hay una violencia
mucho peor: la que te va comiendo el corazón, carcomiendo el alma como un
roedor o un insecto, sin posible solución.
Por
eso para mí Tashkent representa
la encarnación de la violencia; por este motivo es una ciudad ligada a la
repulsión, que no al miedo. Siempre que me resulta posible evito mi presencia
en ella; no me creo capaz de luchar en semejante terreno, porque en Tashkent luchar y perder son
sinónimos. Resulta mil veces preferible y más positivo abandonar ese paisaje
aún a costa de parecer cobarde: en último término, siempre es mejor ser un
cobarde vivo que un cadáver acumulado en su culata, en su currículum… muescas de supervivencia a costa de vidas ajenas.
Y
sin embargo, precisamente por tratarse del lugar más asfixiante e imposible,
precisamente por eso, es el que posee más válvulas de escape: inventadas por
los oprimidos para sustraerse a esa opresión; salidas de emergencia que
permiten sobrevivir en el infierno. Es la demostración patente de que nada puede
oprimir a una conciencia en fuga: quizá el cuerpo se encuentre prisionero, pero
¿realmente lo está, si la mente se considera libre?
Recuerdo
una tarde, comiendo pollo asado en la terraza de algún garito de
barrio: una pandilla de amigos[2] hace que desaparezca el
paisaje, se difumine la vida tal y como se la conocía hasta ese momento…
desmontados los conceptos y sus absurdos contenidos. Allí, emulando sin saberlo
la Roma de Fellini, reinventamos el Universo: era Tashkent, sí, pero tan lejos…
Al
final, casi sin querer ni poder evitarlo tampoco, se impone como algo natural
una reconciliación con cualquier entorno; se difuminan alegremente unas
fronteras que sólo se encuentran en los mapas o la imaginación, pero nunca
dibujadas sobre la tierra.
Finalmente
la convivencia es un imperativo fáctico: pero mientras va llegando la hora de
las fronteras desleídas… las reales y vaporosas, relativas… allí sigue el
agujero negro que, como Saturno, devora las almas de sus hijos… como el
angustioso fresco goyesco que es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario