“Siempre mueren los demás”
Marcel Duchamp
Huellas deformadas en el rincón
inservible
de batallas juveniles, rotas.
Acerco mi oído, atento:
cae la nieve, más estruendo
que derrumbarse un monumento;
mas nada parece inmutarse
en este mundo de hielo.
Nuestras vidas están cayendo
pausada e inevitablemente.
Como la nieve se desmoronan
sin crepúsculo, apocalipsis
sólo interior: para nada sirve un
muerto.
Pasa un hombre, queda un dolmen.
¿Estáis o no, sordos en la quietud?
La risa fácil deviene
un lobo de carcajadas, una llena
luna hiena.
Planicie de absoluto rencor será la
tierra
pues a partir de ahora
nevaré yo, no las calderas:
dormiréis entre jazmines, ignorantes
de la justicia implacable
que habita mi cabeza. Sonreíd, soy
la posteridad de una quimera
nunca soñada por imposible
y estoy ahora abriendo
una puerta en las estrellas.
Dejad paso a este héroe
ved cómo viene ancestral
a herir pechos sin corazón
¡desalmados!
Acompañan su comitiva seca
dosmil niños perplejos
con una rama de azafrán entre los
dientes;
parecen dormir, pero son ciegos
y sufren entre risas su ceguera.
Al mismo tiempo arropan ese cuerpo
todos los dulces
nunca saboreados por el muerto.
Podéis volver ahora al refugio
de puñales indecentes o familias
nucleares;
llamad a algún dios que facture
tanto odio
lo transforme en vuestras normales
existencias.
No sabéis lo que estáis viendo
al contemplar vuestra muerte. Y
puede
que ser sordo cauterice, mas
vulnera.
Quizá nadie lo sepa
sólo yo, pero hay algo cayendo.
Es la nieve. Es la muerte.
El verano es, sin duda, tiempo de sequía, Don Ernesto.
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