domingo, 30 de junio de 2013

OTRA CONFESIÓN

A veces tengo la impresión de que la vida es un mosaico: pequeñas piececitas, como paréntesis insertados (con paciencia de orfebre) en el conjunto de la literatura, lo que la incluye.


Porque ¿acaso hay algo que no sea el arte mismo? ¿Algo puede quedar fuera? Desconozco la respuesta, por eso le doy la vuelta: en ocasiones me parece que la literatura es el refugio, la excepción que me permite sobrevivir aferrándome a “lo otro”. Durante esas diminutas estrellas fugaces, el cielo entero resplandece. Sin embargo ¿es tan englobante la vida? ¿Puede incluir a la literatura también cuando me ducho o friego los platos?

Quizá sea más fácil que todo eso, ambas se incluyen porque se identifican: son la misma cosa. Y quizá cuando me parece que vivo, realmente hago literatura; o también, cuando me parece que escribo en realidad estoy viviendo. ¿Dónde está la frontera, dónde el pasaporte?

lunes, 17 de junio de 2013

CONFESIÓN

Durante más de 20 años he sido un infiltrado. Practicando la observación participante, ese eufemismo con el que los antropólogos califican una variante científica del síndrome de Estocolmo. He de confesar que me integré de tal manera, que a día de hoy no sé si cuando lo digo soy sincero o me dejo llevar por el paripé con el que pretendo ser algo más de lo que soy. Lo cierto es que me impliqué en la vida de los funcionarios de tal manera que en la actualidad les considero mis hermanos (laboralmente hablando, claro) porque he participado de sus sueños y anhelos, he compartido sus preocupaciones y deseos; he sido uno con ellos en la difícil tarea de sobrevivir a cada día. Creo que la experiencia me ha humanizado, ciertamente, aunque en cierto sentido ya la he superado.


Largas temporadas he compartido el infierno ¿acaso esto me convierte en diablo? Sólo estaba ahí para humanizarme, no es responsabilidad mía el infierno de la vida. Mi contribución ha consistido –mejor dicho, lo ha pretendido- en intentar mejorar tan ingrata y tan incomprendida vida. Quizás no lo haya hecho muy bien, porque algunos veían en mí un enemigo (quizá era mi tarea de espejo, la pulida superficie de mi rostro devolviéndoles el suyo, tan abominable), puede que me equivocara en la interpretación teatral o los instrumentos. Pero independientemente de eso, mi aprendizaje queda ahí, sin duda.

Intento ahora pasar por el tamiz equitativo del arte literario toda esa experiencia. Puede que con eso me enfrente aún más con mis antiguos compañeros, pero se trata de una necesidad interna, una variante de la supervivencia.

martes, 11 de junio de 2013

Paquete enteres

De un lado, la propiocepción: alterada interesadamente por el sujeto, para sobrevivir. De otro, la autoestima, que se impone cotidianamente de cara a la búsqueda de mejoría. También la visión ‘desde fuera’, que es dual. Por un lado, la admiración hacia la supervivencia ajena, como proyección de intenciones del observador; por otra parte, la exigencia que busca en el mismo cuerpo a quien ya se ha ido, irremediablemente.


La confluencia simultánea de estas cuatro perspectivas en una misma persona tiene que encajarse de manera positiva: en caso contrario, la propia supervivencia optará por el aislamiento y la incomprensión como parapeto, como motivos diferenciales que se encaminen a la convivencia cotidiana de ideas contradictorias encarnadas en un mismo individuo.