lunes, 10 de agosto de 2009

EL DÍA QUE SE DERRUMBE LA SAGRADA FAMILIA



Correrán ríos de tinta y llenarán pantallas durante muchos días, dirán que es imposible lo ocurrido; desplegarán una campaña mediática para justificar que el derrumbamiento responde a algo sucedido en una pesadilla, no en el mundo nuestro de cada día.
En un segundo momento, aceptarán que realmente se ha derrumbado: en contra de toda previsión, en contra de los informes emitidos por expertos de todo tipo. No dirán que esos informes y esos expertos estaban tendenciosamente elegidos, cuando no pagados, para decir medias mentiras.
Prometerán depurar responsabilidades políticas y administrativas, lo harán durante mucho tiempo con un discurso cada vez más distanciado y débil, hasta que sus palabras pasen a ser una más de las promesas incumplidas, algo del acervo popular que se convertirá en un refrán; ninguno de los responsables llegará a ingresar en prisión por eso. Las responsabilidades se esfumarán, diluidas en los entresijos de judicaturas y procesos kafkianos.
Encontrarán un motivo “ajeno” para el derrumbamiento, seguramente atribuible a alguna conspiración, organización terrorista o cualquier tipo general de causa “antisistema”. Harán de la “Nueva Sagrada Familia” una bandera con la que defender sus respectivos partidos políticos en alguna campaña electoral: cada uno la prometerá más grande, más bonita y más cara; finalmente edificarán un pastiche infumable firmado por algún arquitecto de reconocido prestigio... casualmente muy bien relacionado con la clase política. Las gentes mirarán hacia otro lado cuando pasen junto al nuevo monumento, mascullando blasfemias y maldiciendo a los gestores de la sociedad.
Paralelamente, comenzarán una campaña mediática de desprestigio hacia Gaudí, diciendo algo como que “no era tan genial como se supuso en tiempos”, e insinuarán que fue él en último término el causante del derrumbamiento, por no haber previsto las necesidades de la ciudad durante el siglo XXI.
Buscarán culpables fuera siempre de su ámbito, y encontrarán (precisamente en este escrito que ahora redacto) una prueba irrefutable de la planificación de su derrumbamiento; de que el crimen estaba premeditado. Sin embargo, la caída de la “Sagrada Familia” resultará, en fin, ser una metáfora del desmoronamiento de toda esta absurda sociedad capitalista, politicastra, mezquina y mediocre: una especie de Imperio Romano en versión cutre-tecnológico. Más me vale tener una buena coartada.

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