A él
sólo le gustaba divertirse: reír y sentirse útil en algún aspecto más allá de
su condición laboral de camarero. Si es cierto –como dicen- que ser camarero no
es una profesión, sino un estado de ánimo, podemos decir sin lugar a dudas que Julián HACHE era un camarero profesional. Sobre todo por su vocación de servicio,
por su tendencia a colocarse en un
segundo plano (como si ése fuera su lugar natural) y su capacidad para hacer
que quien hablara con él se sintiese importante, al notar que su interlocutor
era una piltrafa vocacional. Aunque Julián HACHE era muy buena persona, en su
trasfondo había un componente masoquista: como si se conformara con ser de
Kagan por considerarlo un privilegio; mecanismo básico y pueril de autodefensa,
la renuncia a la lucha. A Julián HACHE le gustaba ser comparsa, acompañamiento;
cuando la vida le había ofrecido otras posibilidades, él había reculado,
sumiso, pues no consideraba ser digno de la oportunidad. Así compaginó con Leandro Francisco CASO y su mundo, porque formaban un equipo perfecto al abrigo de toda
realidad: en su reducto. No en vano, el bar de Julián HACHE se llamaba La
otra calle; allí organizábamos tertulias literarias, preparábamos
revistas… ¡qué sé yo! las infinitas
cosas que pueden hacerse entre sonrisas, en el salón de casa del pueblo, sin
quitarse las zapatillas.
lunes, 23 de marzo de 2015
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