martes, 17 de mayo de 2016

Unas pistas para ir revisando lo anquilosado

Ese territorio provisional y fungible, incierto y presto a caducar a cada jornada… es el puente que nos permite el traslado desde el dulce, suave y blandito país de la infancia hasta el mundo definitivo de la edad adulta a través de la oscura ciénaga que viene siendo la adolescencia: un paraje repleto de amenazas desconocidas contra las que nos previenen, sí… pero esa misma prevención resulta ser ya la primera de las amenazas.

Desfilamos sin brújula a través de semejante neblina metafísica, dejándonos guiar por las pistas que nos indican las presencias de otros ciegos como nosotros[1]: gritos al estilo de Munch, supuestas leyes universales descubiertas anteayer o intuiciones como migas de pan sobre el camino… palos de ciego.

Por fortuna, se trata de una etapa definida y concreta… aunque hay quienes –debido a esa niebla- pierden el norte y se instalan definitivamente en ella: convirtiendo la tienda de campaña en domicilio. Éstos nada tienen que ver con aquellos otros que pretenden y practican el credo de la eterna juventud: a pesar de que ambos grupos pertenecen a la misma familia léxica.

Transitar por este puente es una aventura repleta de peligros, sin duda: pero precisamente por eso: la recompensa es que nos curte y proporciona una armadura que nos permitirá enfrentarnos a la siguiente pantalla del vídeo-juego… aquélla consistente en ser persona adulta, con todas las consecuencias. Tras el introito de la madurez, llegará la vida en serio.



[1] Más que hablar estrictamente de ciegos, habría que referirse a los individuos que deambulan por esta ciénaga como si fueran los personajes de La niebla, el cuento de Boris Vian. Nadie puede ver, pero no por un defecto o una carencia de la persona, sino por la imposibilidad del entorno para hacer posible la visión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario