miércoles, 25 de julio de 2018

SOBRE EL EXILIO (patriotas y patrioteros)

Olvidemos los prejuicios, aunque sean positivos. Analicemos las situaciones de forma aséptica, casi científica.

Por ejemplo, imaginemos la escena: un individuo inserto en una cultura que le es ajena, de la cual desconoce todo… desde el idioma hasta las costumbres. Que no puede valerse por sí mismo y está condenado a la caridad de quienes le acogen con mayor o menor agrado: la familia de adopción a la que le ha correspondido su cuidado. Una persona con estas características sólo puede tener un nombre: refugiado. Con el paso del tiempo, en el mejor de los casos, será capaz de integrarse en todos esos círculos concéntricos… pero habida cuenta de que no se trata de un exilio voluntario, en mayor o menor medida estaríamos hablando de un secuestro. Y considerando de tal manera la situación, no tenemos otro remedio que concluir la siguiente consecuencia: cualquier éxito de integración en el entorno será únicamente una variante del “síndrome de Estocolmo”.

Así, de todo lo antedicho cabe concluir sin mayor dificultad que cada persona ha pasado por esta situación a lo largo de su vida, puesto que el nacimiento es el inicio de un exilio: aunque se ignore cuál es el universo del que se procede… y el conflicto que da lugar al destierro.

Lo indiscutible es la aparición de la persona en un tiempo y un espacio concretos, aprioris en los que tendrá que ventilar la supervivencia –sobre todo al principio- gracias a la caridad ajena… de otros que como él, en su día fueron exiliados: aunque ya no lo recuerden.

Pero el éxito de esa misión demente que se llama existencia consiste en que el protagonista llegue algún día a ser capaz de valerse por sí mismo e intentar construirse un mundo lo más parecido al que su intuición o memoria cósmica le dicen que pertenece. Para eso: elegir un lugar en el planeta que le permita desarrollarse como siente y cree que debe hacerlo. Muchas veces, a la contra: pues estará rodeado de exiliados que no saben que lo son… y muchas veces, xenófobos. Elegir un lugar, un idioma, unas costumbres, unos compañeros con quienes compartir ese tiempo apátrida hasta conseguir que su vida sea lo más semejante a aquel paraíso perdido que no es la infancia.

La infancia sólo es la expulsión del paraíso, la etapa que inicia el exilio: un éxodo. Idealizarla significa haber sucumbido al “síndrome de Estocolmo”.

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