sábado, 12 de febrero de 2011

No estaría mal que las cosas cambiaran por una vez que hoy dejara de ser un día para convertirse en ese instante que se recuerda toda la vida, lejos de fechas y despedidas. No estaría nada mal que llegaran los extraterrestres descolocando los esquemas desde la base hasta el exponente recolocando la primera piedra de lo que vendrá. Tampoco estaría mal una cosa cualquiera, imprevisible viniendo desde la tangente para duplicar las sombras o añadir dimensiones, invirtiendo las tendencias y los cálculos más certeros hasta la blasfemia. No sería despreciable comenzar a sentir un temblor desde dentro que hiciera visibles todas las fisuras y los intersticios que todos tenemos, una especie de sinceridad irrefrenable y natural como los ojos limpios de los niños. Decididamente, no resultaría nada molesto el ruido de la vida por la calle en lugar de todos estos decibelios inaguantables de la chusma loca y ciega, remedando deseos disfrazados de falsas necesidades: impostores y aplastantes. Se echa tanto de menos una mano de pintura sobre el humo sobre el falso color de las muñecas que quizá fuera mejor morir, no estaría mal morirse y pasar página dejando de lado todo el coñazo de los poemas y la impotencia del arte ante los bancos... perder de vista la maquinaria de la cabeza para siempre, estropeada hace tanto tiempo que no distingue un desajuste tan liviano como la ausencia de tu sonrisa y lo confunde con la frialdad del Universo.

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