Hace algunas noches se oyó lentamente un pensamiento, casi una santa compaña: “Estoy locamente enamorada”. Puede que nadie reposara su cabeza sobre semejante almohada, pero esta contribución a los monumentos no pasará desapercibida en todo futuro imposible. El valle devolvió otro código, más anhelante si cabe: “Lameré todas tus cicatrices”. Ya no era onírico, sino la consecuencia feudal de las amenazas de vida.
Traía consigo los ecos de otras eras, en busca de reivindicaciones como setas... lo cierto es que mientras él cumplió las promesas de euforia y sofrosine, para ella habían dejado de tener sentido los andamios. En los anales de sus códices miniados aún pueden leerse (algo descoloridas) ciertas glosas que incitan a mil llantos: “Limpiaré la sangre de tus bigotes cuando vuelvas de caza”, dice una de ellas. Imaginamos el perfil dispuesto –aunque no sumiso- al contraluz de la alcoba, mientras los afeites van acariciando entre el vapor de un incienso siempre escaso; degustamos esta imagen como si los velos de cualquier luz fueran suaves como una piel transparente. ¿Quién no será fiesta comulgando mil demonios de carne en semejante habitáculo? Agitemos la cabeza, neguemos con vehemencia porque no hay callejón ni salida. Sólo el castillo de un tiempo cuyos macizos bloques de incomprensión requieren mil esclavos a tiempo completo; sólo un lenguaje corrupto en el que ya faltan las almenas.
Hace algunas noches, una frase dibujaba el aire, otra risa escapaba traviesa entre las rejas de la memoria: “Lavaré todas las escarolas”. Una figura detenida sin espacio, algo así como un concepto, presidirá los análisis de aquellas sangres regaladas entre sombras que se proyectan cual promesas. Mejor no hablar de las estrellas, mejor no llegar hasta las primeras consecuencias.
La figura de una diosa impartiendo bendiciones se recorta contra el cielo, sin pedir sacrificio alguno; las masas, generosas, traen las manos rojas. Entregan lo que ya no tienen, sin reflexión ni balanza, buscando bolsillos más allá del horizonte.
¿Qué eran ellos? Un ápice mineral que se piensa astro, henchido de gases nobles. La proyección de un deseo convertido en tradición nueva. ¿Qué eran ellos sino una plena luz de túnel albergando tanta arena?
Ambas eran una y la misma... confundidas en el abrazo de un pensamiento perfecto. Si las letras rezuman lirismo, análogamente el aliento es pestilente. Débitos inevitables de la materia, espíritus venidos a cuerpo.
Hace algunas noches alguien escribirá todo cuanto ahora no entiendes: lo hará sin memoria ni conjunciones planetarias, igual que llueve. Verás cómo entonces cobra sentido cualquier rompecabezas. La paz como algo liso ocupando todo el pecho, casi buscando la forma de olvidar la catapulta. Te invadirán tantos sueños que regarán el deseo.
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