viernes, 18 de octubre de 2013

Oniropatía #25

El amor y su disfraz de mujer perfecta:
Llegará hasta tu lado el carnaval de Venecia; el increíble Lila dejará de ser un monstruo que te alborota las entrañas en primavera. Un ser que viene desde más allá del sexo y las palabras… desde una lejanía que nada tiene que ver con las distancias: llenará tu burbuja maquillándose hasta el aliento con una desfachatez sin medida. Carmesí tu interior y morado el microclima que son tus besos; te invadirá una risa que sólo comprendes tú, pero intentarás comunicarle a tu nueva compañera. No tan reciente como parece: en cuanto indagues en el pasado, en la infancia sobre la que ha correteado tu ego y ha trepado tu adolescencia… descubrirás su sombra, ya en los primeros indicios de luz ultraterrena; sin embargo, esto no es lo relevante ahora, aunque te llene de una euforia que no cabe en este planeta. Rendido a los pies de quien ha pasado a ser ya un concepto, te arrastrarás sin saberlo –creyendo rendir pleitesía– entre palacios de un lujo para ti desconocido y ajeno. Atento a cada uno de sus intrascendentes gestos, displicentes o cansinos; la indolencia se te antoja Apocalipsis, interpretas cada suspiro como si se tratase de una profecía… no atisbas penumbra alguna, ni perfilas con tus ojos el límite de los objetos. Parece como si todo se hubiera tornado ya abstracto de puro concreto, mirado desde tan cerca.
“¡Marcha, que no quiero verte!” serán palabras enmarcadas como ausentes en las prioridades de tu
mente. Mientras, atento a la musa frívola cuya inquietud más elevada reside en el color de aquella losa de mármol muerto… ignoras, porque te mientes, que todo es un espejismo inventado en el oasis: el sueño de no ser hombre, para no rendir cuentas al cielo. Reptas casi olvidando tu condición voluntaria: eunuco en procesión solitaria.
Simultáneamente sientes un ligero dolor en las caderas, que atribuyes al roce áspero del suelo; mortificarte resulta labor placentera. Pero sobre tu grupa, galopando a costa de tus esfuerzos, se encuentra una
impalpable saña, con rostro de sádica impertérrita. Representa al colectivo de todas las despechadas con las
que has ido jalonando en tu existencia; es el símbolo de una venganza hecha hembra, la antítesis de la musa a
quien crees realmente motor de tu existencia. Todo lo anterior te resulta indiferente: de tu boca ya no salen improperios ni descripciones, desde hace siglos; las palabras han dado paso a figuras multicolores: son metáforas hechas materia. Objetos que hablan por sí mismos. Cuando pretendes comunicarte, das a luz entre tus dientes miles de joyas aladas, que patinan alegres por el suelo. La escena te satisface aunque te duela. Las bridas tensas con las que ella te hace volver la mirada hacia su verdadero rostro, el que te galopa… sólo te parecen caricias que se regalan a cualquier caballería.
Interpretas su risa burlona como una complicidad eróticofestiva; el intento final de llamar la atención de la musa, se convierte también en colores palpables, alegres entre los dientes… se mezclan con ellos mismos, pues no hay espíritu alguno que tenga dentadura; tú tampoco la necesitas.
Concluyes aceptando sin duelo que tu vida, gracias a todo, ha pasado a ser un puñado de figuritas lúdicas en
manos de un mundo inconsciente; te gusta que así sea. Al fin, ¿qué era antes, sino un desierto sin nombre? ¿qué, sino una noche donde reinaba una escala de grises, una caverna sin oso, un faro sin niebla?

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